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Ana Gorría, Antonio Méndez Rubio y Diego Sánchez Aguilar versan sobre la voz como lugar donde aprender a escuchar

No se propusieron soluciones. Iban en busca de señalar dónde hallar los efectos compensatorios. Era la primera mesa redonda de Avivament 2019, cuyo título y práctica quería poner en relación Poesía y Filosofía. De ahí que se realizara en colaboración con Vociferio. VIII Festival de Poesía Oral y Escénica de Valencia, y que tuviera lugar en la sala de la Muralla del Colegio Mayor Rector Peset de Valencia, coincidiendo con la exposición “Dr. Uriel”, de Sento Llobell. 

Los poetas hicieron uso de ese silencio, que es oro, tras cada una de las intervenciones. Un minuto de silencio. Sumaron tres. Se trataba de que sus voces quedaran resonando en los recovecos de la sala y se diera el espacio (y el tiempo) en que las palabras ya no están, entre el punto medio entre la reflexión, el recuerdo y la incomodidad para averiguar si es que lo que hay es temor al silencio o si es cuando la escucha pasa a otra fase.

Los poetas no somos filósofos y no llegamos a conclusiones firmes. La materia del poeta es la idea. No se puede pensar sin palabras. El lenguaje está secuestrado”. Lo decía Ana Gorría (Barcelona, 1979), poeta, escritora y traductora cuyos estudios versan sobre el análisis de las estrategias comunicativas en el teatro y su último libro se titula Nostalgia de la acción. Junto a ella, el poeta, ensayista y profesor de la Universitat de València, Antonio Méndez Rubio; su último libro, Por nada del mundo, y Diego Sánchez Aguilar (Cartagena, 1974), escritor, poeta, doctor en Literatura y profesor de secundaria en La Manga. Su primera y reciente novela, Factbook: el libro de los hechos. Todos ellos moderados por Maria Tomàs Garcia, que señaló las búsquedas de lo intangible y habló de los recovecos como fenómenos acústicos. 

Sin escucha no hay nada

El silencio se hace y se deshace. Sin silencio no hay escucha y sin escucha no hay nada que hacer”, decía Méndez Rubio. ¿Sólo podemos conocer lo que es la «Verdad» mediante el lenguaje?, preguntaba mientas hablaba de los orígenes de la Filosofía occidental comparada con la Poesía árabe preislámica y la antigua tradición de pensamiento chino, del que citó a Zhuangzi cuando dice: “si alguien se olvida de las palabras me gustaría encontrármelo para decirle unas palabras”. En su opinión, “el problema filosófico es obvio. La relación entre Filosofía y Poesía es de relación”. Y hablaba de Poesía y política, de la organización de la convivencia en un mundo de crisis y expulsiones que deja fuera la Poesía. “Lo que está en riesgo es la posibilidad de hablar de otra manera. Conocer y también desconocer”, añadió explicando que la aceptación del no saber es lo que pone nerviosa a la Filosofía, cuando fallan las categorías. “Y es ahí donde la Poesía puede ser escuchada, como un momento de extradición, como si fuera una cosa fuera de lugar, impertinente, que no es lógica”. Se refería a una desterritorialización de lo poético como ese lugar que la Filosofía le ha reservado, hablando de una Filosofía como institución en el sistema educativo. Y recordaba a Nietzsche cuando decía que “el oído es el órgano del miedo”. Méndez Rubio partía de la raíz de la Filosofía occidental, pretendidamente universal, desde los presocráticos hasta la Modernidad, para ver cómo la Poesía ha sido a la vez asimilada por la Filosofía, dentro de la Estética, y a la vez expulsada del régimen de la «Verdad». El escritor destacaba la relación de la Poesía con la Filosofía política, en el sentido de su “no lugar” en la sociedad actual, y por eso mismo, su capacidad de desafío crítico, como lenguaje pero también como forma de práctica, como forma de vida. 

La metáfora incompleta

El mundo es el segundo término de una metáfora incompleta”; señalaba Diego Sánchez Aguilar citando a Roberto Juarroz, a quien ha dedicado una edición crítica de su Poesía. “Estamos todos de acuerdo en que hay un ímpetu común. Un deseo de conocimiento, explicarnos a nosotros mismos”. A Sánchez Aguilar le interesa la Poesía con trasfondo filosófico. Se preguntaba si la mala Poesía corresponde a ese “sentido común” que reclamaba Rajoy y si tenía algo que ver con esas imágenes de las redes donde un verso flota, al fondo atardeceres y playas caribeñas.

Sánchez Aguilar apuntaba cómo la «Verdad» en la Filosofía corresponde a la representación que nos hacemos de la realidad. “Es cuando «Verdad» se convierte en corrección”, dijo. El poeta habló de la Poesía como forma de pensamiento que supera las estructuras lógicas a través de los mecanismos significantes del símbolo y la imagen, así como la relación entre deconstrucción y Poesía. Salió Derrida y Jakobson, y se dijo que “escribir es poner tu soledad en común”.

Política de los cuerpos

Ana Gorría abordaba la performatividad de lo poético y de qué manera permite trabajar la identidad, frente a una «Verdad» que arrastra el desmoronamiento de la representación estable, a través de la búsqueda de las formas de la Modernidad para pertenecer en el lenguaje, a través de la vocalidad, de la política de los cuerpos. Poesía y ciencia ficción, distopías, fantasmagorías materiales, fenomenologías de la carne.

Un debate que versó entre conceptos, símbolos, imágenes, el pensamiento de la ausencia o las dimensiones utópicas; que remarcó la necesidad del poeta de decir lo que quiere decir en ese reto “donde late algo que está esperando aparecer”, en palabras de Méndez Rubio. Donde se habló de cómo el poeta tiene una idea, un tono y un ritmo “y la sonoridad del murmullo”, decía Sánchez Aguilar. Un encuentro que abordó la esencia comunicativa, la dificultad de abstraerse del lenguaje. Una conversación que detectó la incapacidad de pensar sin palabras, que señaló la autocrítica, y las prisiones de las ciencias, y donde se debatió con el público sobre la utilidad de lo inútil. “Nadie en su sano juicio preguntaría al amor por su utilidad”, apuntó Méndez Rubio. ¿El filósofo puede decir en qué lugar está la Poesía? Una charla que dejó constancia de las tautologías lingüísticas, de la idea de otredad, donde Sanchez Aguilar señaló que “si es posible el otro, es por el lenguaje poético. Nada está nombrado. Todo ha de nombrarse” para añadir un verso de ejemplo: “es la Luna la que está en el centro de la Tierra” entre el ser que es lo que es y el que dice que esto es lo otro. 

Salió Valente, Platón y Emily Dickinson, entre otros. Foucault y la muerte del hombre por el lenguaje. Cuando la Filosofía da dos pasos atrás entendiendo como razón el concepto de la trascendencia, la paradoja. Salió Eugenio Trías y su señal del límite al que llega el pensamiento, ¿el concepto?, y que obliga a la humildad. La idea de renuncia de Zambrano, para olvidar toda idea y toda imagen, descendiendo a las capas más profundas de la ignorancia, exigiendo de la inteligencia una inocencia que nunca tuvo. Los dispositivos del saber. ¿Saberes locales? Cuando “la diferencia es un lugar político” como recordaba Gorría, que señalaba Kant. “Cada juego del lenguaje es una forma de vida”, añadía proponiendo un juego: escriban una carta de amor sin la letra e. Una mesa redonda que habló de la voz. De la voz de mando, de la conciencia, de la voz como programa televisivo de formato global, de la voz poética. Y un poema:

I’m Nobody! Who are you?, Emily Dickinson (1830-1886)

Soy Nadie. ¿Tú quién eres?
¿Eres también un Nadie?
Ya somos dos entonces.
Pero no lo digas: lo anunciarían, ya sabes.
Qué triste es ser Alguien,
qué público —como una rana—
decirle a otro el propio nombre —el junio entero—
a una charca admiradora.

Maria Tomàs Garcia. 6 de junio de 2019