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El MuVIM plantea un debate sobre la esclavitud de la belleza y la juventud a partir de las fotografías de Ricardo Marujo y Jorge Fuembuena

Jorge Fuembuena

“No hay nada más seductor ni maquillaje que mejor nos favorezca, que el deseo de los otros”. Es una de las frases de la exposición “Belleza y juventud, Esclavitud contemporánea”, que se ha inaugurado dentro del Festival de Filosofia de València Pensa, Avivament, y que se podrá visitar hasta el 21 de octubre en el Museu Valencià de la Il·lustració (MuVIM) de València.

Una propuesta doble, una cruda, otra representada, para reflexionar sobre los nuevos valores estéticos después de la modernidad líquida. Porque como dijo Platón, la belleza es la bondad, está en las ideas y es un concepto más estético que físico. Una exposición que, como la filosofía platónica, cuestiona lo que es real y lo que no, y reclama criterio, ética y reglas jurídicas legislativas en un progreso que nunca camina en una sola dirección cuando, finalmente, la belleza se convierte en un producto con marca.

¿Es la cirugía el camino para ser eternamente joven? ¿Es la cirugía mala en sí misma? ¿Cuál es el precio a pagar por ser eternamente joven en un mundo donde la imagen es importante? ¿Cuáles son las enfermedades que nacen fruto de esa ansia de ser eternamente joven, anorexia, bulimia, otorexia…? ¿Qué nos impulsa a contemplar? ¿Hay posibilidad de descanso y refugio en la era de la contínua exposición? ¿Por qué la belleza se relaciona con la feminidad? ¿Es la belleza un valor subsidiario de la inteligencia? ¿Somos nuestros propios selfies? ¿Podemos rediseñarnos? ¿Es lícito hacerlo? Preguntas al vuelo que ponen en tela de juicio las motivaciones y los límites de nuestra propia libertad a través de esta exposición. Porque, como decía Proust, “el tiempo, para hacerse visible, busca los cuerpos”.

Un choque conceptual

Hay un choque conceptual entre los trabajos de los dos fotógrafos cuyo trabajo compone la muestra, comisariada por Rosa Olivares (Extraña belleza) y Amador Griñó (El cuerpo construido). Por un lado, las fotografías de Ricardo Marujo, Olho o Rembrandt…, en las que se comprueba sin red el uso de la ciencia al servicio de la vanidad. Belleza y juventud de laboratorio “a golpe de bisturí en un canon de estandarización que esclaviza y exige la renuncia al propio cuerpo, desvirtuado y despojado de toda carga de individualidad”, el palabras de Griñó. Una reflexión sobre esa identidad usurpada por la inflación y dependencia de la imagen en la era de su reproductibilidad.

Por otro, encontramos la Barbara Lennie, el Miguel Angel Silvestre o Aurelie, entre otros personajes famosos, fotografiados por Jorge Fuembuena en retratos de creación, con ausencia de hipérboles visuales, fotografía discursiva, donde el espectador/lector es el que indaga, devolviéndole la mirada en esa voluntad de acceder al otro y lanzar preguntas a través de los rostros de las personas. “El retrato me permite plantear cuestiones sobre el parecer y el ser, la presencia y la ausencia, lo real y lo ficticio, realidad y deseo, intuición y razón, el juego dicotómico entre los dos hemisferios”, explica Fuembuena. La suya es la técnica de la fotografía como medio para asimilar psíquicamente el mundo, para situarse frente a él de manera horizontal. Y cita a Víctor Erice cuando dice aquello de que “ver es dejarse ver. No es qué, sino el cómo y el para qué”.

Ricardo Marujo es un conocido cirujano plástico de Pitangui, que capta sus instantáneas en pleno proceso operatorio/creador, a cuerpo abierto. Regulación de orejas, blefaroplastias y operaciones de reducción de estómago se visitan de forma literal y muestran “que todos somos iguales por dentro”. Un golpe al ojo del espectador y que sin embargo propone imágenes bellas “porque muestran, como decía Rilke, “el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar””, según Griñó, que cita también a Zweig y a Thomas Mann. “En un mundo donde todo es fugaz, rápido y líquido y donde todo cambia constantemente, hay valores que permanecen, como la belleza y la juventud”, añade. Un guiño al capitalismo estético del hiperconsumo que asfixia, creando insatisfacción y poniendo en tela de juicio el desarrollo de identidades.

Gabinete de generaciones

Jorge Fuembuena es un fotógrafo zaragozano dedicado al mundo del cine que se define como “un electrón libre, salvaje, de ascendencia cubana y familia de periodistas, de la época de Los magníficos”. Su abuelo era amigo de Ramón J. Sénder. Y en tanto su gabinete de caras y personalidades consigue un corte transversal en las etapas de la historia como retrato de varias generaciones, su trabajo muestra famosos fotografiados como individuos aislados que definen un estilo de belleza de hoy donde es la mirada la que marca una diferencia. Sus imágenes son de gente con vocación de integrarse dentro del mundo de la interpretación. “Los retratos son espacios, detienen el tiempo, lo suspenden”, señala Fuembuena. “Permiten reflexionar sobre la naturaleza del ser social y el ser individual, y con la elección del asunto presentado me interesa más la parte donde están más ausentes, donde tienen la mirada más perdida, donde son ellos mismos más allá de su pose como personajes públicos”. Los suyos son 37 retratos, 20 de ellos, de mujeres. El acertijo lo completa la mirada en esa búsqueda de la correspondencia emocional. “La foto muestra la apariencia de las cosas, pero no las traduce”. Códigos cromáticos, sistema de signos.

La Enciclopedia de Diderot

Y un tercer eje. La exposición incluye preciosas páginas de los libros de Crisóstomo Martínez, Mathias-Marie Duval y Juan Bordes, extraídas de los fondos de la Diputación sobre atlas anatómicos y teorías sobre la figura humana, acompañados de la Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios, de M. Diderot, que sirve para debate en tanto que la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1947), en su artículo 27, establece que “toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”.

Así pues, una exposición para el debate. También de los límites. La parte técnica de las cirugías estéticas reparadoras, que en rigor tienen su origen en la práctica médica después de la guerra. Hay reflexión por el conflicto y la tensión entre dos mundos, solapamientos, ecos, resonancias.  O como señala Rosa Olivares, la idea de que “no hay nada más ambiguo, subjetivo y extraño que la idea de belleza, nada más mutante, esquivo e impreciso, y que son conceptos no sólo abstractos sino elásticos, relativos, tan etéreos que cambian a muchas velocidades. Un acercarse a un cuerpo contínuamente en variación, que nos impele a ver más allá de nuestra apariencia, y que nos indica cómo tiene que ir cambiando también nuestra puesta en escena”. Definiciones todas que Olivares hacía servir para reseñar que “es más cómo nos vemos a cómo nos ven los demás” y añadir que “no hemos de dejarnos esclavizar por el gusto ajeno sino valorarnos a nosotros mismos y saber que lo que tenemos es mucho. Aprender a valorar la diferencia y ver que en esa distinción, uno es único”. 

Y un último apunte: “La belleza es un conglomerado de cosas. El mercado y la sociedad lo canalizan todo en el cuerpo, porque es el objeto sobre el que se puede vender la peluquería, los cosméticos, la ropa y finalmente, la cirugía plástica”. Y un ejemplo, “¿el padre que viste al niño de persona mayor? Vamos a la  homogeneización total”. Y una recomendación. “No se habla de las exposiciones. Lo que hay que hacer es ver la obra, un diálogo entre la segunda parte contratante de la primera parte…etc”.

“Tal vez la belleza sea ese detalle que os atrae, ese gesto que nos caracteriza, esa imperfección que nos hace diferentes”. | VP-2018-05

maria tomás garcía