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Juan Arnau diserta un bosquejo de la evolución creativa para la educación de las almas, por Maria Tomàs García

Había quien decía que se ha de vivir como canta Sinatra. No sabemos si al que se autodenomina filósofo, Juan Arnau, le gusta este cantante, a pesar de su paso por Berlekey, perdón, por Michigan. Porque el también astrofísico y ensayista de querencia oriental (habla sánscrito) desde el eje Granada-Valencia, hizo para el Festival Avivament un somero repaso a la historia de la filosofía desde el amor de Sócrates a Platón, pasando por Cicerón (la academia) y William James (empíricos radicales), para postular lo que él llama la tercera vía, la filosofía de la percepción. Paisaje y simpatía para estudiar los procesos mentales del conocimiento, para hacer de la vida una alquimia en el mejor de los casos liberadora de la trampa de la luna y su reflejo, del cuarzo y la rosa, todo modificable excepto en su naturaleza. Alegorías sobre la conciencia como el trasfondo mismo de la existencia de los seres, conciencia como principio masculino en relación amorosa con el principio femenino, que sería la creatividad de la naturaleza. Esto es, del ilusionismo de las trampas no sólo visuales, ¿mentales? que como buen mago en su época de juventud, Arnau se afana en demostrar para sostener que en la vía de la percepción —con la que trabaja— no se da la dependencia de lo que se representa toda vez que “el orden abstracto extravía el proyecto Manhattan y la destrucción de incontables formas de vida”. Arnau propone un desplazamiento en la mirada. Ver con los ojos de otro como primer aprendizaje. El amor como ejemplo fundacional, la ósmosis visual de Aristóteles; la manera en que Leibniz dijo aquello de que cada ser engendra y proyecta al mundo (no valen las metáforas geométricas para la vida, dice), en fin, una serie de medidas para evitar la frustración y practicar en el pensamiento ajeno hasta encontrar el propio.

Su conferencia, pronunciada en el MuVIM, y que llevaba por título “En la mente del mundo: creatividad y contemplación”, versaba también sobre la búsqueda del héroe, y señalaba la voluntad amorosa de la que brota la contemplación amante. Una propuesta de vida sencilla donde propone que la física se encuentra dentro de la vida y no al revés, cuando “el hábito predomina sobre la ley, y la libertad sobre el determinismo”. Para el Arnau astrofísico, “la vida interior es un factor de importancia cósmica. La evolución de los seres repercute efectivamente en la evolución del mundo. El universo está hecho de seres conscientes y su evolución”.

Entre las coordenadas para la navegación de su parte: más allá del nutriente amor, Arnau propone practicar la atención, el ejercicio de la vida receptiva “hospitaliaria con las energías espirituales que salen a nuestro encuentro”. Conviene pasar “despacito”, dicen la canción y Arnau, “para unirnos y participar”. Atrás la codicia, el resentimiento, atrás la prisa y el ensimismamiento, que en su opinión causan las dos primeras. El filósofo habla de la indignación como “enfermedad crónica del espíritu” y de la simpatía como “único modo de conocimiento genuino, como remedio”. Y de combatir la ira, como primer escalón. Sobre todo, porque “el enfado erige barreras en los órganos del espíritu”. Algo así como templar la cuerda interior para no enfermar (más): el deseo irónico.

En su conferencia,  Arnau habla del teatro de la mente, de la importancia del lugar y el maestro, cada uno en su sitio, de la vida sencilla, de dejar al alma descansar tranquila para que pueda escuchar, unirse a lo que reconforta y discernir entre lo aparente y lo real. “Son importantes los momentos de calma y soledad”, recuerda en inspiración budista, porque dice, “hay una crisis, la principal de entre todas las que acechan a la vida moderna, y esta es, una crisis de silencio”.

Arnau también rechaza el aparato de propiedades, compromisos y tareas. “Lo absurdo es que el cumplimiento del deseo produzca insatisfacción”, decía. Recomedación lectora de Tolstoi, Spinoza, Rousseau, Gandhi, Wittgenstein y Thoreau, claro. Y Calderón. Para hacer el arco lector estival y regresar con la vista puesta en polos comunicantes en los dos lados del espejo.

La suya fue una conferencia reposada, leída, que generó asombros y alguna huida. ¿Todas las plantas son verdes o hay un verde para cada planta? Diez puntos de conferencia no. Once, para detenerse en la percepción y el prodigio que hay en ella. Entre el teatro y la mente, no conviene olvidar el componente emocional que nutre la vida cognitiva, “no te desconectes con desdén y antipatía”, dice, hasta el deseo irónico en el reorientar las aspiraciones, “porque siempre hay caminos y oportunidades”, que diría el bodhisattva y él. Arnau sostiene que Rousseau se equivocaba, que “no nacemos libres sino que traemos un alma”, y que Freud también, puesto que “no todo se decide en la infancia sino antes de nosotros mismos”, asegura. Por resumirlo en un título, el de Cortázar. Todos los fuegos el fuego. Efectos escénicos con ideas platónicas, campos de Buda y linajes de ángeles, esas creaciones humanas como los arquetipos de Jung. Era el punto numero siete sobre El revés de la trama. En el anterior, el punto número seis, Arnau disertaba sobre las ciencias según Berkeley, en el que se aúnan el científico y el creyente, el electrón y la divinidad. Es cuestión de fe.

Arnau también habló de El pasajero, ese yo que nos han prestado; de los hacedores; “sólo lo que hacemos puede cambiar el nombre de las cosas” y el “espacio-tiempo como fermentación de la vida que percibe y siente”. Si se fijan, según sus palabras y para su tranquilidad o no, “el planeta garantiza nuestra supervivencia y las acciones trazan la singuladura de la nave del mundo”. Y para finalizar, Arnau habló de La tensión esencial, de luz-oscuridad-inquietud; de quietud-movimiento-confusión. Y en línea con la filosofía india, decía que “lo espiritual es material; lo privado es cósmico y el pensamiento, extensión”. Su cosmovisión aplica a la conciencia un contenido que es el propio mundo, trasfondo de lo manifiesto y una ilusión: la de que las experiencias nos son propias. Oído barra. Una búsqueda, en definitiva, de razones para el optimismo en línea con la fenomenología de Husserl, el prakriti y el purusa en la dualidad del cosmos y su reconciliación. Ea. Si la materia es necesidad y la conciencia libertad, siempre según sus palabras, no se trata de juzgar el mundo sino recrearse en él. | VP-2018-15

maria tomás garcía