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Un debate sobre la desobediencia civil ocupa el Café Revolter en la Sala Gestalginos 

Romper las barreras académicas es uno de los objetivos del Festival de Filosofia de València. La discusión fuera de las aulas en ejercicio de gimnasia mental. En este caso, el Café Revolter, tuneando el nombre del filósofo representante de la Ilustración, tomaba la Sala Gestalginos para debatir sobre la siguiente pregunta: “¿Podemos desobedecer las leyes?” Participaban como ponentes los profesores de la Universitat de València Lidia de Tienda y Marc Artigas.

Y pregunta con pregunta. Casi todo lo fue. ¿Todo lo legal es legítimo? ¿La ley es prescriptiva o sancionadora? ¿La ley es convencional, conlleva la idea del pacto o es represiva y se genera de arriba abajo? ¿Es la ética el marco de la ley o es la ley la que conforma la ética social? ¿Hay que darse cuenta de que justicia y ley no son lo mismo?¿ Un cambio legislativo pasa necesariamente por un proceso electoral? ¿La ley nace cristalizada y la sociedad es dinámica, y no toda la sociedad lleva el mismo ritmo? ¿Tenemos, los ciudadanos de a pie, la capacidad de combatir la ley? ¿Es igual un ciudadano de a pie que un representante político? ¿Delegamos en la ley la capacidad de violencia y la ley marca las normas donde el ciudadano debe moverse? ¿Y si como ciudadano no la cumplo, como la ley tiene la violencia legítima, tiene capacidad sancionadora? ¿El sistema que pretendemos conservar es el que expulsa a las personas del sistema? ¿Primero se genera una posibilidad y la ley la contempla o es al revés? ¿Le falta a la ley mayor agilidad? ¿Siempre hay un desequilibrio entre la necesidad y la ley? ¿Nace la quiebra con la misma constitución de la ley? ¿Cómo nos afecta en nuestra propia comodidad? ¿Quién considera qué es lo justo? ¿Se trata de romper las desigualdades? ¿La ley responde a una necesidad social o provee una necesidad? ¿Tenemos todos la misma idea de justicia? ¿Se pueden desobedecer las leyes? ¿Para encontrar el redil primero hay que salir del redil?

Fueron algunas de las preguntas que surgían en el debate a la luz de los faros nocturnos, que no son los de Chopin. Marc Artiga arrancaba citando ejemplos de desobediencia en la historia: Antígona, Gandhi, Rosa Parks, los insumisos del servicio militar obligatorio, la plataforma de afectados por la hipoteca. “Todos ellos están atravesados por la idea de conflicto”, señalaba. ¿Qué ocurre cuando el deber ético, o lo que uno cree, se impone a las obligaciones de cumplir la ley? Lidia de Tienda aclaraba primero qué es la ley y el concepto de seguridad jurídico. “La ley regula la convivencia porque los deseos pueden ser múltiples, la naturaleza humana también. La seguridad jurídica genera protección y defensa, sobre todo del vulnerable. Este es un debate extraño porque la fuerza normativa no depende de un criterio voluntarista”, señalaba De tienda. “Si la discusión es si todo lo legal es legítimo, cuál es o desde dónde emana el sistema moral, tiene la ley fuerza vinculante per se, es posible sustraerse a esa obligación, y eso la invalida?”, añadía. “¿Podemos vivir sin leyes?”

Marc Artiga se detenía en las condiciones para la desobediencia civil. “Cuando se promulga una ley que es universal no se hace con la intención de que se pueda desobedecer, pero para la desobediencia civil se han de cumplir unas condiciones”, decía. A saber, que se haga de manera pública, por una motivación profunda, política o ética, porque uno crea que se vulnera un derecho fundamental, y con espíritu comunicativo, tomando al resto de la sociedad como agentes racionales autónomos”. Además, según las consideraciones de Artiga, “quien entra en la desobediencia civil debe estar dispuesto a asumir la pena. Entonces, el coste personal del insumiso envía un mensaje. Es un coste elevado y no se puede tomar a la ligera pero hace avanzar cosas que parecen injustas”. Un debate, complejo, sobre la motivación para desobedecer, que apela a principios y razones sobre la base de un supuesto consenso. “El objetivo no es el que el otro piense como tú sino cambiar una ley y una política. La desobediencia civil no es una revolución o un cambio de gobierno por la fuerza. Es un acto comunicativo”.

Lidia de Tienda, por su parte, añadía una problemática más. “Si se busca la visibilización, en una época como la actual con la revolución de internet, inculcar la desobediencia civil a la ley puede ser peligroso, conculca o vulnera el principio de seguridad jurídica, que constriñe pero también genera protección”. Y, por otro lado, ¿qué ocurre con las minorías que no tienen herramientas a nivel de votación para cambiar las leyes? Una duda de parte de Artiga: si la desobediencia civil está en la calle, ¿puede representar una manera de participar en la deliberación publica ampliando el concepto de la participación política? En su opinión, “si se entiende que una democracia puede contener los derechos de la desobediencia civil, puede ser la mejor defensa de los derechos democráticos “. Y una constatación, la desobediencia civil acaba emparentada con la problemática del reconocimiento. Hoy, por ejemplo, se expresa el desacuerdo por vía telemática. | VP-2018-08

maria tomás garcía