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Se ha celebrado hace poco en Valencia la segunda edición del festival de filosofía Avivament, organizado por la asociación de filosofía València Pensa. Del 6 al 9 de junio la filosofía ha vuelto a la calle en diferentes espacios como el MuVIM, el teatro Rialto, la librería Ramón Llull o la biblioteca pública de Valencia Pilar Faus. Apoyada por un buen número de asociaciones y coronada por el éxito, no debería extrañarnos su enorme interés social. Nadie puede renunciar a la filosofía aunque se pretenda su marginación académica. Everilda Ferriols, presidenta de la asociación, confirmó la asistencia de unas ochocientas personas a las conferencias; unas tres mil en el cómputo total de actividades que se han organizado entre exposiciones de arte, cine, coloquios o presentaciones de libros, y es que “[…] la filosofía ofrece herramientas analíticas que nos permiten entender mejor el mundo que nos rodea, y aprender, por ejemplo, a saber leer los periódicos e interpretar las noticias.   A decodificar mejor tantos mensajes”. Filósofas como Marina Garcés, Remedios Zafra o Ana de Miguel y filósofos como Eloy Fernández Porta -entre muchos otros- han aportado a la segunda edición su propia perspectiva. Son contribuciones que hoy tienen una demanda fuerte.
Este éxito confundirá ingenuamente a muchos. La inocencia de la confusión vendrá de no comprender una necesidad social cada vez más acuciante: la de nuevas categorías y criterios para entender una realidad que se presenta tan compleja y cambiante como la actual. Juan Arnau, filósofo y astrofísico, declaraba la buena salud de esta disciplina pese a que “ha sufrido el acoso de los poderes públicos, que apuestan por saberes más instrumentales”…más orientados, podríamos añadir, a participar activamente del circuito económico de mercado, de su dialéctica monocolor “inversión-retorno de la inversión”. No le falta acierto en su lectura. Marc Borrás, Jefe de Producción y Difusión del MuVIM, también denuncia esta situación con bastante clarividencia: “Actualmente, la filosofía es una disciplina descuidada, olvidada, arrinconada y asediada por los planes de estudios que cada legislatura cambian nuestros políticos”.
Todavía tenemos recientes algunas declaraciones de todo un ministro de cultura que llegó a afirmar que la filosofía “distrae de lo esencial”. En fin… no parece nada claro entonces qué sea lo esencial. Quien les escribe es filósofo y no sabría verbalizarlo. Pero quizá con esta extroversión la misma filosofía se redima también de algunos pecados que ya no son tan inconfesables.  Como seguía afirmando Juan Arnau en un buen ejercicio de autocrítica, los filósofos hemos preferido muchas veces “refugiarnos en nuestras torres de marfil académico antes que bajar a la plaza pública a debatir los problemas que más preocupan a la ciudadanía”. Ciertamente. Grave error y sincero “mea culpa”. Enseñemos y aprendamos a pensar para que no lo hagan por nosotros, y, además, hagámoslo sin presunción pero también sin com-plejos, que los hemos tenido y nos pesan.
Otra reflexión interesante, al hilo de lo anterior, fue la enunciada a continuación: si bien la filosofía “nació pegada a la vida diaria, comprometida con la realidad más inmediata y directa, durante el último siglo ha querido convertirse en una ciencia”. Decididamente, esta es una de las claves más importantes para entender la historia de nuestra materia, su pasado, presente y futuro inmediato, también en lo que respecta a su desconocimiento actual.
Efectivamente, la filosofía ha llegado a envidiar en los dos últimos siglos el aparentemente “seguro” camino de la ciencia. Parecía que su método “infalible” era a todas luces incuestionable, absolutamente preciso y objetivo en comparación con el filosófico, siempre acomplejado de un modo neurótico por su supuesta “subjetividad” -hemos desarrollado un verdadero complejo de inferioridad-. El siglo XIX y la primera mitad del siglo XX (de la mano de autores como Moritz Schlick, Rudolf Carnap o el primer Wittgenstein) lo han sido del auge de un cientificismo que reivindicaba como único conocimiento válido el de aquellos saberes cuyos enunciados fueran empíricamente verificables, y despreciaba aquellos otros cuyo objeto de estudio no entrase en este universo físico; la filosofía, la metafísica, la ética o el arte debían ser repudiados como “pseudosaberes”, y cuestiones como la del bien o el mal, el sentido de la existencia, Dios, la justicia, la libertad o la belleza como simple literatura sobre “pseudosobjetos” o entes irreales, “fantasmagorías” no traducibles lingüísticamente de modo empírico. Cuando la filosofía ha envidiado este “seguro camino de la ciencia” ha cometido un error fatal que ya está sobradamente superado a nivel académico, en nuestras universidades, sin embargo esta superación no ha llegado todavía a la calle, a nuestros conciudadanos. Hoy, de hecho, todavía basta que en una discusión aparezca la manida coletilla de que algo esté probado “científicamente” para que la discusión quede clausurada -como si la ciencia no fuera tan teórica como cualquier otro saber-, y quien defiende una postura filosófica parece siempre obligado implícitamente a la autocensura, a reprimirse bajo la sombra perpetua de una acusación tan injusta y falsa como la de “subjetividad” o “falibilidad” teórica. Queda mucho camino por recorrer. Iniciativas como València Pensa van en la buena dirección.
La pluralidad y diversidad ciertamente caracteriza al pensamiento humano. Veinticinco siglos de historia lo certifican. Podríamos preguntarnos qué postura filosófica necesitamos hoy en la calle ¿Existe alguna posición teórica lo bastante abierta y rigurosa para asumir todos los enfoques científicos, artísticos, y al mismo tiempo hacer justicia al conocimiento de toda la realidad -también la metafísica- y al hombre? Haría falta una mirada omnicomprensiva que permita al ser humano no sólo conocer aquello que es ajeno a él, sino también reconocerse a sí mismo, que sirva tanto para la contemplación y la meditación como para la acción, que nos enseñe a vivir desde un substrato sapiencial.  Una filosofía con rostro humano que salga igualmente al encuentro de los pobres, los enfermos, y que ame al hombre. Que lo ame verdaderamente. Pensamos  humildemente que el personalismo puede ser una respuesta. Bien, que hablen los filósofos. | Revista Cresol #145, julio-agost 2018